jueves, 10 de octubre de 2019

Me voy encontrando

Imaginas todo tipo de sufrimiento . Ninguno se parece a este. Imaginas desgarros en las entrañas. Pero no quedan espacios en blanco que den cabida a más. Te miras en el espejo y sueñas lo que ha sido pero ves lo que es. Lo tienes ahí delante, a cierta distancia, justo enfrente, recordándote que no hay pena insufrible ni herida perenne.
Una noche rara de abril me "desencontré".
Y en estas noches tristes de otoño, borrando trazos del verano, me voy encontrando.

lunes, 11 de abril de 2016

Alérgico a los chistes

María se acerca llorando y repitiendo que ella no lo sabía. El amigo que va delante grita desesperado:
- Jooo María, lo zabes perfectamente...zabes que zoy alérgico.
Y un pequeño coro infantil repite con insistencia que eso que el niño apunta es cierto. - Es muy alérgico, muy alérgico....

María se esfuerza en explicar que no lo ha hecho a propósito y que no quería hacerlo. Y lágrimas de pena resbalan por sus mejillas.
Doblo las rodillas y me pongo a la altura de todos mientras pregunto con algo de susto:
- ¿Alérgico a qué?- las alergias pueden ser muy peligrosas en un centro escolar, me digo.
El niño me cuenta que es alérgico a los chistes y no puedo evitar reírme a carcajadas. Pero él sigue muy serio narrándome la historia de su extraña dolencia.  De todo lo que me cuenta, deduzco que un día en su casa, se rió tanto con un chiste que se golpeó la frente y le salió sangre. Así que, desde entonces, se considera terriblemente alérgico a los chistes.
Insisto un poco en la idea de que es una lástima no poder escuchar chistes, pues son muy divertidos. Pero él se mantiene firme y se tapa las orejas con ambas manos cuando, asumo el riesgo y le pido a María que nos vuelva a contar el chiste.
Cuando mi nuevo amigo está más tranquilo, le pregunto muy seria que si le ocurre lo mismo cuando lee un chiste escrito. Deja de llorar en seco, se enjuaga las lágrimas y me responde:
- No, leerlos sí puedo. Leídos no me dan alergia...
- Ah, pues menos mal....


jueves, 17 de diciembre de 2015

Una ficha aburrida

Una ficha aburrida. Se van sucediendo, una tras otra. Las mismas copias y las mismas frases absurdas. 
Balduino besa a Belén. Isabel bebe batido. Bernabé tiene bigote.
Corrijo alguna letra torcida. Señalo algún punto al final de frase. Marco la c de alguna maricita. Y me dejo llevar por la apariencia de los trazos, la presentación, la limpieza...
Me acongoja la sensación de estar perdiéndome  la creatividad, las opiniones y la persona que cada uno de mis alumnos lleva dentro. Me agobia participar en este injusto y limitado sistema educativo. Intento compensar la pobreza de estas actividades con otros momentos del día, con otros contenidos, buscando otros intereses. Y no es que crea que la letra y su grafía no son importantes. A menudo, y con gestos teatrales, insto  a mis alumnos a corear un - ¡Qué buscamos! - ¡La perfección! responden. 
Y nos reímos, porque ni ellos, ni yo, ni nadie se acercó todavía a la perfección.
Voy señalando con rojo, tal y como mandan los cánones, un muy bien, un bien más, un visto... Si veo algún error garrafal llamo al interesado a mi mesa y se lo explico personalmente. Pues corregir algo, aunque sea con el imponente color rojo, no sirve de mucho si el discente no repara en ello.
Después de diez o doce fichas le doy la vuelta a la de Aarón, con dos as y una o profe. Sonrío y me emociono al descubrir en la parte final del folio un maravilloso retrato mío, con el pelo alborotado y un corazón, un magnífico "Te quiero Mar" y su firma coronando la dedicatoria. 
Hoy sí, y a pesar de la guerra que me dan, ese pequeño gesto de Aarón con dos as y una o, que ayer por la tarde haciendo estos "deberes" se acordó (bien) de mi, me confirma que cada uno de ellos es único.

jueves, 26 de noviembre de 2015

La lacra del magisterio

Que los padres opinamos sobre la educación de nuestros hijos es algo evidente e incuestionable. Que todo, todo, lo que nos dicen de ellos no nos gusta es también verdad. Y que los conocemos mejor que nadie es innegable.
Voy a relatar una pequeña historia. Esta vez no es en primera persona.
La profe Marta tiene ya algunos años de experiencia. Le gusta su trabajo y dedica mucho de su tiempo personal a preparar clases, buscar recursos y hacer muchas de esas cosas que hacemos los maestros. 
Por eso me resulta raro que  reciba una nota negativa en la agenda de una alumna. Su mamá opina sobre su autoridad en el aula, la calidad de las clases y las causas del mal comportamiento de su hija. La causa es la maestra, ¡está claro! Y tiene la osadía de escribirlo todo sembrado de faltas de ortografía y redacción cuando está presumiendo de su licenciatura. Ella era igual que su hija pero finalmente se licenció, viene a decir.
Que la nena en cuestión sonría, victoriosa, mientras su profesora lee es el final de la historia.
El final de la historia para la maestra. El comienzo de una historia  mal enhebrada para la nena. Está claro.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Para poder hablar


En clase de lengua y matemáticas de primer ciclo queremos aprender de forma cooperativa. Es por ello, que lo primero que debemos controlar es el ruido. Por eso hemos convocado un concurso de señales, ruidómetros, vocímetros... Su finalidad es permitirnos hablar a todos de un modo ordenado, tranquilo y sosegado.
La participación está siendo increíble.
No nos inventamos nada nuevo. El que dude que consulte las bases del Aprendizaje cooperativo de la Universidad de Alcalá de Henares. (Profesor J. Carlos Torrego)
Porque para poder hablar hay que saber cómo. Para poder hablar hay que saber cuándo. Para poder hablar hay que saber hacerlo sin gritar.


viernes, 19 de diciembre de 2014

Cuando me crucé con gente gris

A menudo me lo planteo,  ¿cuales pueden ser los motivos por los que algunos de alumnos aprenden de un modo tan rápido y eficaz y otros, sin embargo, tardan más o no consiguen adquirir de una forma "limpia" los mismos aprendizajes? En mi gremio aplicamos algunos criterios de autoevaluación y revisamos el modo de impartir las clases, la velocidad, la cantidad de contenidos introducidos en una semana, las actividades y los horarios.
Mis alumn@s suelen apreciarme.Y yo a ellos. Normalmente, establecemos pactos afectivos para que todos estemos contentos y se alcancen los objetivos mínimos que exige la normativa.
Sin embargo, los resultados no son siempre los mejores. Así que, es necesario que los maestros estemos dispuestos a  aceptar la necesidad de formación y aprendizaje. Técnicas, trucos, repeticiones, mecánica, creación. Un poco de todo. Así, se sabe que hay alumnos que funcionan mejor inventando. Otros responden muy bien a las explicaciones. Algunos no lo entienden hasta que corrigen un par de errores. Muchos se despistan y hay que nombrarlos de vez en cuando para que te miren. Los hay que necesitan verbalizar sus conclusiones para afirmarse en sus conocimientos. Debemos ser motivadores, persuasivos pero asertivos, convincentes, autoritarios pero cercanos...
Todos estos recursos, estas habilidades sociales, deben partir de personas camaleónicas, porque los alumnos son distintos todos los cursos, y porque el conjunto social que es el aula no se repite. No hay patrones exactos.
Por eso resulta triste encontrarte en el trayecto compañer@s que tienen todos sus pasos medidos. ¿Eso es posible?, no dejo de preguntarme. Si yo no me sirvo igual de un año para otro, cómo me van a servir los mismos recursos y refuerzos. Pobre del maestro que se encasilla en una rutina y no se reinventa. Gente gris que no deja huella porque no pisa arenas nuevas y porque su paso es idéntico todos los años.
Quizá la peor situación se produce cuando esos maestros se cruzan en el camino de otros y pretenden imponer, aunque no tengan autoridad para ello, sus métodos y sus discursos.

LAS MEDUSAS

Desde el mismo momento en que entré, Alba trató de explicarme algo que le había ocurrido durante el verano. Sin embargo, mi interés en ese momento se centraba en conseguir que todos estuvieran sentados y con los libros preparados. 
- Profe, ¡he dormido fatal!- me decía con voz lastimera mientras se tocaba la pierna- Toda la noche me ha estado doliendo aquí.
Le contesté que por qué me veía siempre con cara de médico, le pedí que atendiera y que tratara de aguantar el dolor hasta el final de la clase.
Explicar, resolver, corregir... Mantener, en definitiva, un constante pulso con ellos, que a última hora de la mañana no quieren, o no pueden, o quieren pero no lo consiguen, atender una clase de matemáticas.
La cara de Alba durante la sesión era como es ella... Teatral, expresiva y divertida vista desde fuera. Cuando ya no pudo más se lamentó en voz alta y me volvió a describir sus terribles dolores. Lo más divertido de la escena, es que añadió un por qué...
- Yo creo que es por la picadura de la medusa - Este verano me picó una...
- Pero Alba, ¡eso ocurrió en julio!, le espetó suspirando una compañera sin dejarme hablar a mi.
- Bueno, mira- se justificaba- lo que tú no sabes es que la picadura de la medusa ataca de nuevo cuando menos te lo esperas. ¡Las medusas son así!
Aunque traté de controlarme, estallé en carcajadas y aunque el primer gesto de Alba fue de enojo, me bastó con acariciar su pelo para que me sonriera y me diera permiso para escribir hoy esto que escribo..