lunes, 21 de enero de 2013

¿Llevas reloj?

Da igual quién sea y poco importan los motivos por los que llora. No es que no me importen. Es que conozco el porqué de sus lágrimas y el porqué de su espera apoyado en la puerta del comedor, a las nueve menos cinco de la mañana, pidiendo con lastimera arrogancia eso de irse con mamá. 
- Yo también quiero ir con mi mamá - le respondo. Pero no puedo. ¿Qué van a hacer los niños si me voy?
- Ya, tú no...pero yo si!!!
Pienso rápido, ¡¡una estrategia profe, una estrategia ya !!, me digo. Y es que a nuestro alrededor  hay unos cuantos discentes más observando la escena; sacando conclusiones; midiendo la "pelea".
La mañana es muy fría. Sin embargo, noto el calor. Me sube por la nuca, me baja por la espalda y me recorre los hombros. Intento darle la mano pero no funciona. La protesta, en fase de inicio cuando aparecí, va en aumento. El llanto se hace más notorio, más sonoro, más infantil.
- Necesito que me ayudes, casi le ruego. ¿Me llevas la agenda?
La coge sin darle mucha importancia a la tarea encomendada y empieza a caminar a mi lado. Baja sin darse cuenta los tres escalones que faltan para llegar a la acera, pero sigue llorando. Trago saliva y en ese momento caigo en la cuenta. La pregunta adecuada, el encargo perfecto.
- ¿Llevas reloj?
- Claro profe. Me lo trajeron los reyes. Se limpia la nariz con el antebrazo y se queda muy serio.  Me escucha. Ahora me escucha.
- Sí tengo. sí... ¿ por qué ? insiste en aclarármelo.
Benditos reyes. ¡Extraordinarios! Pero lo sorprendente no son las palabras que usa, sino el tono, el llanto cortado en seco, la seriedad y la importancia adquirida.
- Entonces,lo siento mucho pero me tendrás que acompañar. Necesito que me vayas dando las horas para no llegar tarde a ninguna de mis clases. O me ayudas o algunos niños se quedarán hoy solitos. Sonrío para adentro y celebro la victoria.
Mientras nos alejamos echa una mirada esperanzada hacia la directora del colegio, que a nuestro lado le dice adiós con la mano  y le promete llamar ahora mismo a su madre. 
Ya no hay penas, ni dolores de barriga, ni problemas, ni nada. Lo que sí queda es una primera sesión cantando la hora cada diez minutos más o menos y agradeciendo, pacientemente, tales atenciones. Al final de la clase, bastante serio, y con su lengüecilla de trapo, me comenta: 
- Pues si que tarda mi madre, ¿verdad profe?

jueves, 17 de enero de 2013

Un poema de papá, gran hombre papá



MUJERCITA

                       A los doce años de mi Mª del Mar

La niña mira en silencio.
El hombre pasa.
La niña derrama un beso
tenue sobre la ventana.
El hombre, sombra en la tarde.
La niña, suspiro y calma.
Notas de música en sueños
se escapan de su ventana.
El hombre, sombra en la noche,
se aleja. No sabe nada.
La niña, cuerpo de niña
y corazón de montaña.
La niña, que sueña rojas
rojas en la madrugada.
¡ Mi niña ! Porque es mi niña,
que sueña galán de plata.

Poema escrito por el maestro Rafael Fernández Carmona en 1984

domingo, 6 de enero de 2013

Bonita de verdad

Diriges tu mirada hacia el punto en el que percibes mi voz y me sonríes: "¡Qué bonita estás hoy, María!...." Y yo te devuelvo la sonrisa callando y sabiendo que no la puedes ver. Te respondo con voz lastimera: "¡Sí, claro! Lo dices porque no me ves los ojos hinchados, ni las ojeras, ni el grano que me ha salido en la barbilla, ni el pelo alborotado..." Entonces, tú te haces el ofendido y te defiendes. "Es que te recuerdo...y además, te veo con los ojos del corazón".
Y suena tremendamente cursi, pero a mi me hace recordar el modo en el que me recuerdas, el modo en el que tu corazón me retiene, retina invisible e indivisible. Pienso entonces en aquellos años en los que me mirabas sin buscar mi voz, en los que me veías bonita de verdad sin necesidad de tirar de recuerdos, de intuiciones y predicciones. Pienso en el sonido de la llave en la cerradura de la puerta anunciando tu llegada. Pienso en mis gestos medidos para que me vieras bonita de verdad, incluso durante aquellos meses en los que, después del parto, yo no era yo, o mejor, era dos veces yo.
Sin embargo, hoy es uno de esos días en los que tu cara se oscurece con esa mueca de dolor a la que ni tú ni yo nos acostumbraremos nunca. Lo lamentas. Lamentas no ver mi cara, ni la cara de tu hija, ni el paso de los años en nuestra piel, ni el espejo de la entrada, ni el cuadro que compramos en aquella feria de Atocha, ni las plantas que cuido en nuestra terraza, ni los bailes de Lucía, ni el color de la ropa que estrenas, ni el blanco de las sábanas, ni el azul verde del mar, ni las cortinas estampadas del salón, ni las lágrimas que a veces te escondo... ni lo bonita que me recuerdas.
¡Hay tanta belleza en el mundo por ver! Pero en este breve instante de recuerdos, tú sólo lamentas no poder ver lo bonita que estoy hoy, precisamente hoy, que tengo los ojos hinchados, ojeras, un feo grano en la barbilla y estoy tan despeinada...