miércoles, 20 de febrero de 2013

Maribel Verdú

Una de mis compañeras de gremio dice muy a menudo y en tono jocoso, que las profesoras somos personajes públicos y que por eso debemos cuidar lo que hacemos y cómo lo hacemos si estamos en la calle. Todas nos reímos, y perdónenme que use el femenino, pero en esas reuniones somos todas. Recordamos entonces los años de los veinte, cuando no nos importaba estar en la puerta de un local con una litrona en la mano o nos parecía estupendo salir con un escote de vértigo. En mi oficio debemos tener cuidado con el vocabulario que usamos, con la información que damos, con el tono empleado, con la imagen que proyectamos... Igual ocurre en otros oficios que son, digamos, públicos.
Estos días estoy leyendo algunos comentarios sobre las palabras de la actriz española Maribel Verdú al recibir el Goya. Detractores, defensores, palabras agrias, ataques, justificaciones destempladas, gente que la insulta, que se insultan entre ellos...
Mientras esta incuestionable actriz española hablaba ante el micrófono yo sentí vergüenza ajena. Me refiero a esa sensación de bochorno incómodo que nos produce escuchar a alguien decir lo que, a nuestros ojos, es inapropiado. Y no conocía datos que después he leído sobre ella. Eso de los siete teatros de su marido, o que protagonizó una campaña de un banco para vender hipotecas, o que El Corte Inglés, cuyas rebajas ha promocionado, no permite sindicatos... Ni siquiera sé si estos datos son ciertos. Ni creo que importe. 
Yo solamente veía a una señora espléndida, enfundada en un vestidazo de Dior y con un collar  de Bulgari espectacular. Vi el máximo exponente del lujo en su aspecto. Sé y sabía que las marcas les prestan la ropa y las joyas. No obstante, las marcas se promocionan así, ¿no? 
En estos tiempos que corren sentí apuro al escucharla. Me parece que está en su derecho de opinar, hablar, desear... Por eso no le voy a dedicar ni un solo pensamiento vulgar, ni una sola palabra fea. Por eso y, porque soy maestra.

lunes, 4 de febrero de 2013

Juventud divino tesoro

Hay una película de la que recuerdo algo muy gráfico. "Tomates verdes fritos". En una escena, dos chicas rabiosamente jóvenes y atractivas le quitan el aparcamiento a una señora de mediana edad, con algunos kilos de más y mucha autoestima de menos. Se burlan de ella y la humillan. Pero la señora acelera su coche golpeando el de las jóvenes varias veces y les dice muy tranquila algo así  como que, por suerte, su seguro cubre esos daños. 
Juventud. Término efímero y frágil. Juventud. Poco duradera y anhelada. Valiente, insolente, prepotente y osada. Frugal, fugaz, inconmensurable, expectante. Juventud valedora de gallardías y palabras que despertarán, a buen seguro, sensación de vergüenza en nuestro futuro inmediato, o no tanto.
Ganas de comerse el mundo y ganas de que el mismo mundo nos clave los incisivos en cualquier lugar de nuestra anatomía. Preciado tesoro que soñamos desde la infancia y que tanto se echará de menos. Y aún así, aún conociendo la naturaleza inexperta de los años de lozanía, se no escapa una mueca torcida, socarrona, cuando percibimos chulerías de aquellos que comienzan su andadura en la edad adulta. Es joven, decimos. No sabe y no conoce. De ahí el atrevimiento.
Pero hoy, que tantos pensamientos anónimos o poco conocidos me llegan a través de la red, soy más consciente que la juventud es un, ¿cómo lo llaman? divino tesoro. Un tesoro en bruto que los años han de pulir. Menos comprometida en realidad. Más egocéntrica, más superficial, más mi ombligo. Hermosa pubescencia que se embriaga de deseos, negaciones, críticas y convencimientos de posesión de la verdad.
Agradezco haberme hecho mayor en el seno de una familia que tiraba de mis pies, que no alimentó mi ego, que no se regodeó en atribuirme falsos destellos que, en realidad, ¡son tan abundantes! Aquellos que te quieren siempre te dirán la verdad, decía mi padre. 
Los que se ríen de la edad, de las gorduras, de las arrugas, de las canas, de la vista cansada... ¿han pensado alguna vez que han de pasar por todos los estadios de la vida? Las chicas que usan el término señora con el tono impertinente de quien se sabe mozuela; los que se refieren a los viejos chochos, a los que se aburren tomando el sol, ¿son conscientes que alcanzarán, dios mediante, tal estatus social? Los que piensan que cumplir años, después de cierto número, es algo indigno....¿es que no quieren cumplirlos?
La vida misma es un premio pero no hay quien la detenga. Los "años mejores" no son ninguna posesión. Creer que todo se sabe, o que todo se hace bien, o que no hay verdad por aprender, es un gran error. Pero verbalizarlo y comunicarlo sin pudor es una osadía y una estupidez.