¿Los charcos no son para jugar?


¡Qué llueva, qué llueva! La vírgen de la cueva, los pajaritos cantan, ¡qué sí¡ ¡qué no! ...QUe noOOOO

En el patio del colegio, dos charcos. Lo cierto es que no muy grandes. Lo suficiente...
Un día frío. Los niños  con sus abriguitos y anoracs puestos a la fuerza...bajo amenaza, quiero decir.
Me he situado de pie frente a los charquitos, a pesar de que están fuera del techo de uralita, ese que nos quita algo de aire.
Alrededor diez o doce infantes. Inspeccionan la zona en busca de piedrecitas, palitos, arena...cualquier cosa digna de ser lanzada a las atractivas aguas del charco.
Chisto - sshhh!!!, varias veces. El silbato, así de entrada, me parece muy de campo de concentración (aunque lo llevo colgado al cuello todos los recreos)
-¡ En los charcos no se juega !- me he desgañitado.
Se han retirado. No mucho. Vuelven cuando yo me descuido.
Han vuelto, ¡claro! Con más energía y con más ideas. Se han atrevido a meter las manos, los zapatos, saltar, salpicar...
He vuelto a repetir eso de ¡ los charcos no son para jugar ! Varias veces. Muchas veces.
Se giran de vez en cuando y me miran con cara de sorpresa, extrañeza,¡¡¡ incredulidad!!!
- ¿Para qué sirve un charco entonces? , parecen querer decir.- Anda que esta...
Más que harta he cedido un poco. - De acuerdo- he dicho- se pueden tirar cosas pero sin meter las manos ni los pies, ¿vale?
- ¿Llegará la tranquilidad?- me pregunto.
- Profe, pero...entonces, ¿dónde nos lavamos las manos?
- Uffff...- resoplo.

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