No tuviste la culpa. Tampoco yo la tuve. Fueron aciertos, algunos, pocos, los menos...
Y el vacío. Después, el vacío.
Sentí un tremendo agujero en mi propio centro. Allí donde se agitaban, antaño, tus palabras, dulces, sinceras y siempre emocionantes. Aciertos.
Llegó una estación de lluvia y barrió mis calles. Limpió mis aceras y arrancó pedazos de mi tierra.
Quedaron, dolorosas, las raíces al aire. ¡Duelen!
Y quedaron, también, raíces viejas y fuertes que sujetan nuestro árbol.
No tienes la culpa. Tampoco yo la tengo.
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