Una ficha aburrida

Una ficha aburrida. Se van sucediendo, una tras otra. Las mismas copias y las mismas frases absurdas. 
Balduino besa a Belén. Isabel bebe batido. Bernabé tiene bigote.
Corrijo alguna letra torcida. Señalo algún punto al final de frase. Marco la c de alguna maricita. Y me dejo llevar por la apariencia de los trazos, la presentación, la limpieza...
Me acongoja la sensación de estar perdiéndome  la creatividad, las opiniones y la persona que cada uno de mis alumnos lleva dentro. Me agobia participar en este injusto y limitado sistema educativo. Intento compensar la pobreza de estas actividades con otros momentos del día, con otros contenidos, buscando otros intereses. Y no es que crea que la letra y su grafía no son importantes. A menudo, y con gestos teatrales, insto  a mis alumnos a corear un - ¡Qué buscamos! - ¡La perfección! responden. 
Y nos reímos, porque ni ellos, ni yo, ni nadie se acercó todavía a la perfección.
Voy señalando con rojo, tal y como mandan los cánones, un muy bien, un bien más, un visto... Si veo algún error garrafal llamo al interesado a mi mesa y se lo explico personalmente. Pues corregir algo, aunque sea con el imponente color rojo, no sirve de mucho si el discente no repara en ello.
Después de diez o doce fichas le doy la vuelta a la de Aarón, con dos as y una o profe. Sonrío y me emociono al descubrir en la parte final del folio un maravilloso retrato mío, con el pelo alborotado y un corazón, un magnífico "Te quiero Mar" y su firma coronando la dedicatoria. 
Hoy sí, y a pesar de la guerra que me dan, ese pequeño gesto de Aarón con dos as y una o, que ayer por la tarde haciendo estos "deberes" se acordó (bien) de mi, me confirma que cada uno de ellos es único.

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